jueves, 25 de marzo de 2010

Metafísica. Aristóteles. 1.2-2

De todo lo que acabamos de decir sobre la ciencia misma, resulta la definición de la filosofía que buscamos. Es imprescindible que sea la ciencia teórica de los primeros principios y de las primeras causas, porque una de las causas es el bien, la razón final. Y que no es una ciencia práctica, lo prueba el ejemplo de los primeros que han filosofado. Lo que en un principio movió a los hombres a hacer las primeras indagaciones filosóficas fue, como lo es hoy, la admiración. Entre los objetos que admiraban y de que no podían darse razón, se aplicaron primero a los que estaban a su alcance; después, avanzando paso a paso, quisieron explicar los más grandes fenómenos; por ejemplo, las diversas fases de la luna, el curso del sol y de los astros, y, por último, la formación del universo. Ir en busca de una explicación y admirarse, es reconocer que se ignora. Y así, puede decirse, que el amigo de la ciencia lo es en cierta manera de los mitos, porque el asunto de los mitos es lo maravilloso. Por consiguiente, si los primeros filósofos filosofaron para librarse de la ignorancia, es evidente que se consagraron a la ciencia para saber, y no por miras de utilidad. El hecho mismo lo prueba, puesto que casi todas las artes que tienen relación con las necesidades, con el bienestar y con los placeres de la vida, eran ya conocidas cuando se comenzaron las indagaciones y las explicaciones de este género. Es por tanto evidente, que ningún interés extraño nos mueve a hacer el estudio de la filosofía.


LIBRO I. Capítulo 2


Como hemos visto en el apartado anterior, supuesto que hay regularidades hay una ciencia de sus causas y principios y una ciencia de las primeras causas y los primeros principios. Y a esta ciencia es a la que se denomina filosofía. Se trata, por tanto, de una ciencia teórica pues trata de esos principios y no de los resultados y busca cuál es el principio que explica tal cosa y no la realización de tal cosa. Pero, al caracterizarla como teórica y no práctica, acierta y yerra. Acierta en que la validez de una teoría es independiente de que sea aplicable a los intereses y necesidades humanas; pero yerra al disociar la labor investigadora de la experimentación, de la tecnología y del progreso. Tratamos de conocer los principios de lo que nos concierne, que es lo particular, y lo que no explica lo particular no es siguiera un principio ni una causa. Así que alejarse de la práctica lleva a ignorar una inmensidad de hechos consecuencia de los principios y a ignorar los mismos principios, que sólo podemos conocer en lo particular y por medio de lo particular. Se muestra el influjo de su época. Quizá la convicción con que dice que las artes ya estaban inventadas cuando se comenzó a investigar de modo teórico explique el contexto. O bien, que la filosofía era algo propio de personas que no debían trabajar para vivir.

Sin embargo, muestra un aspecto fundamental de la ciencia, de la investigación como actividad humana: que es el resultado de la admiración, de reconocer que se ignora.

Un mundo compuesto por hechos inconexos, un caos de sucesos igualmente probables, no tendría sitio para la ignorancia ni, por supuesto, para el conocimiento. Nada se podría esperar ni prever y, por tanto, no podría extrañar que algo fuera inesperado pues todo lo sería. Dejemos aparte que el ser que conoce debe tener al menos alguna estructura, pero por el buen fin del ejemplo consideremos que el problema sólo afecta a la realidad externa al sujeto. Pero un mundo en el que conocemos algo y podemos prever algo y acertar en la previsión es un mundo al que se le puede aplicar un esquema de regularidades naturales hipotéticas. Y ese esquema revela que hay hechos irregulares, inesperados o contrarios a lo esperado. Ésa es la sensación de ignorancia.

No podemos creer que los animales noten su ignorancia acerca de lo que sucede a su alrededor pues no podemos tampoco creer que sean conscientes de que conocen mediante regularidades. Así, es frecuente ver que un perro se asusta ante algo desconocido, inesperado, como un trueno, pero el susto se olvida y todo vuelve al estado anterior, sin que el perro sienta que hay algo que podría conocer y no conoce, que quizá podría prever y no prevé. Al menos, eso parece. Y en algunos seres humanos ocurre algo similar, pues tras unos momentos de desconcierto, un hecho excepcional es asimilado a una historia o a una regularidad ficticia y pasa a la memoria pero no despierta la inquietud por no haber sido previsible ni explicable.

Por el contrario, cuando alguna persona es consciente de que conoce y prevé mediante modelos de regularidades y comprueba que algún hecho sucede al margen de una regularidad o en contra, no se limita a añadirlo a una lista sino que cuestiona la regularidad (1). Alguien se admira (2) cuando percibe que la regularidad que creía verdadera y útil para prever nuevos sucesos ha quedado afectada, que ignora si se trata de un hecho ajeno a la regularidad o si ésta es falsa o meramente aproximada. La admiración y el principio de la filosofía cesan, en cambio, cuando lo excepcional deja de ser visto como contrario a una regla y se lo asume dentro de una nueva que lo contiene como dato añadido a una lista heterogénea, sin relación determinada con lo anterior.

Cuando, al menos, se toma conciencia de que un suceso inesperado se sitúa fuera de la regla y de que su causa es desconocida, se puede desear buscar una nueva regla, unos principios y causas distintos que expliquen lo que se sabía más el hecho nuevo y todos los que sean similares. Y ése es el principio de toda ciencia y de todo avance científico: el conocimiento de unas regularidades y de hechos que no se atienen a tales regularidades, que quedan fuera del conjunto explicado provocando la admiración, la sensación de sorpresa. La actividad de la ciencia es tratar de encontrar cuáles son las regularidades que se supone que abarcan la totalidad de lo conocido, de modo que sea su consecuencia y resulte previsible a partir de esas regularidades.

Aristóteles parece suponer que en su época se conocen suficientemente los principios de las artes y que es necesario conocer los que explican a éstos, los puramente teóricos. Por ese motivo, la actividad de la filosofía no se dirige hacia los resultados prácticos sino hacia el conocimiento de los principios. Sería así la ignorancia de los principios y no la producción de resultados lo que la movería y la orientaría.



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Nota 1:

En los textos de filosofía de la ciencia se cita muchas veces el "todos los cuervos son negros", pero ha habido un suceso que desafía una regla similar: el gorila albino Copito de nieve. Es probable que muchos de los que lo vieron [img»] Gorila albino Copito de nieve fueran conscientes de su excepcionalidad al menos durante unos minutos. Pasado ese tiempo, es muy probable también que una gran mayoría asumiera que había un gorila blanco, sin conciencia de lo improbable de ese suceso en la actualidad.

(Subir 1)



Nota 2:

θαυμάζω. maravillarse, admirarse

(Subir 2)



Libro I

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